A menudo decimos que Buenos Aires es la «París de Sudamérica». Cada quien tendrá su opinión al respecto, pero lo que sin duda tienen en común estas dos capitales es que se disfruta de más el sentarse a tomar un cafecito en algún bar o confitería de la zona.
Dicho esto, también hay que tener cuidado con las apariencias: el caoua parisino y el cortado porteño tiene cada uno sus particularidades…
Decime qué tomás y te diré de dónde sos
En Francia, el café es la bebida nacional número uno (después del agua mineral). En Argentina, y aunque parezca cliché, es el mate el que ocupa el puesto número uno. Para que se den una idea, el argentino consume en promedio 1 kilo de café por año, versus 5,4 kilos del consumo francés.
El tostado también es distinto. En Argentina, la mayoría de los cafés que se venden son torrados, es decir tostados con una adición de azúcar. Esta práctica está prohibida en la mayoría de los países del mundo, entre ellos Francia.
Café porteño vs. Bistrot parisino
Las veredas de París, como las de Buenos Aires, están llenas de cafés. Y esto no es nada nuevo: en París, el café más antiguo que sigue abierto es el Procope (1686) y en Buenos Aires, el Tortoni (1858).
En la capital argentina, la costumbre de encontrarse en el café está tan arraigada que las autoridades de la ciudad han querido nombrarla Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad UNESCO en 2014. No tuvo éxito, pero demuestra hasta qué punto el ritual del café es importante en la cultura porteña.
En Francia y en Argentina, el café comprende todo un ideal. En la literatura, las películas y la historia, es el lugar donde se reúnen los amigos, donde nacen o mueren los amores, donde piensan los solitarios, donde los pensadores resuelven los problemas del mundo. Hoy el café sigue existiendo, pero se renueva.
En Buenos Aires, el sector del café está en pleno movimiento. Un nuevo tipo de lugar apareció, los «cafés de especialidad», donde la bebida ya no es el pretexto sino el objetivo de la experiencia. Lugares donde los granos son seleccionados cuidadosamente y preparados luego por el barista, el nuevo profesional del café. En Francia, la tendencia es inversa: unos 500 bistrots cierran cada año.
Pequeño manual de supervivencia del café
La diferencia más notable entre tomarse un café en Francia y en Argentina, es la del tiempo que pasan allí. En Francia, ojo con pasarse de los 30 minutos socialmente aceptados sin pedir otra bebida. En Buenos Aires, por el contrario, se pueden tomar el tiempo que deseen para disfrutar del café, mientras leen el diario de punta a punta, responden sus e-mails y escriben sus memorias durante horas y horas… El único límite será el sentido común: si ven que el lugar está lleno, mejor será liberar el lugar para el próximo cliente.
Como soy francesa y puedo apreciar el lado bueno del cafecito porteño, debo aplaudir el toque del servicio argentino. En Buenos Aires, el café casi siempre llega acompañado de algún bocadito dulce y un vaso de agua, y será anunciado por el mozo con tanta ceremonia como si se tratara de un plato gourmet: «¡café solo, chico!» En Francia, el vaso de agua a veces hay que reclamarlo e incluirlo en el pedido inicial.
El arte de saber pedir un café
¿Cuál es la diferencia entre un cortado y un café con leche? ¿Qué es un “lágrima”? En Francia y en Argentina, los nombres del café varían en función de la cantidad de leche que se les agrega…
Muy bien, ¿entendieron toda la teoría? ¡Es hora de pasar a la práctica! Si tienen un paladar curioso, prueben alguno de los muchos cafés de Buenos Aires, donde aprenderán todo sobre la preparación de este precioso brebaje. ¿Prefieren el viejo cafetín porteño? Entren a cualquiera de los bares notables de Buenos Aires para poder viajar en el tiempo y sentir el alma de los artistas y escritores… ¡Y si quieren practicar y hablar en francés, déjense tentar por cualquiera de las delicias de la panadería francesa COCU!
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