¿Italiano, francés, inglesa? No, la jarra pingüino es argentina como el dulce de leche

Cómo la jarra pingüino ha podido reinventarse para surfear entre tradición y moda.


Quien frecuenta bodegones seguro se ha cruzado con la jarra pingüino que llega cargada del vino de la casa. Pero su uso y costumbre se instalaron hace casi un siglo, cuando el mundo vitivinícola era otro y los inmigrantes italianos dominaban la escena.

Jarra pingüino : contenedor de vino

Corría 1938 cuando abrió Spadavecchia, la primera cantina de La Boca. Sus dueños, un matrimonio de Bari, hicieron de las pastas su especialidad. Casi de inmediato se formó un polo gastronómico que gozó de esplendor durante varias décadas con cantinas, boliches y bodegones. Manteles de papel, largas mesas y festejos programados -aniversarios, despedidas de solteras, cumpleaños, cenas de fin de año- se sucedían cada noche y, con ellos, la moda del pingüino llegó para quedarse.

En ese momento, lo que hoy se ve como moda retro, era necesidad. 

Hasta 1984, cuando se creó la Ley de Fraccionamiento en Argentina, los vinos llegaban a la ciudad desde Mendoza o San Juan en grandes contenedores. Toneles de 200 litros, en recipientes de 20 litros o en damajuanas de 5 litros. Para servir a los comensales se colocaba ese líquido en otros contenedores. Con la industria del vidrio aún no desarrollada, la cerámica se consolidó como el método elegido. 

Historia de la jarra pingüino

Nadie conoce el origen del pingüino. Se menciona Francia, Inglaterra, muchos juran que es italiano. Lo cierto es que en Argentina se probaron muchas formas distintas, como un elefante, un perro o hasta un cupido, pero la que fue aceptada por el público, que algunos creen que era en honor a la vestimenta de los mozos o porque era una historia de amor destinada a durar de por vida, fue el pingüino.

Esta jarra con forma del ave que no vuela, con las alas pegadas al cuerpo y la boca abierta, es tan argentina como el dulce de leche o el mate. Se adueñó de las mesas de restaurantes pero también de las hogareñas. Se sabía que si el pingüino que llegaba a la mesa era marrón era porque el vino servido era tinto. Y con vino tinto, allá por las décadas de 1930 y 1940, se daba por supuesto que era un brebaje diluido con agua o que podría incluir alguna fruta para que fuera más fácil de beber.

Con el correr del tiempo, la profesionalización de la vitivinicultura y la implementación de la Ley, su uso decayó. El vino, que era pensado en función del volumen, comenzó a ganar calidad. Los contenedores se achicaron y se comenzaron a vender botellas de 750 ml. Ya el fraccionamiento dependía de la bodega y no del gastronómico… ¿Desaparecerá la jarra pingüino?

El renacimiento de la jarra pingüino

Una jarra pingüino Ph: Sol Linares
Una jarra pingüino expresando su arte. Foto: Sol Linares

A partir del 2000 se da otro salto en la industria nacional. Se exacerba la cultura de lo visual, aumenta el número de bodegas y la diferenciación fue cada vez más necesaria. En paralelo, a partir de la reconversión vitivinícola, se comenzaron a elaborar vinos de más alta calidad. Casi obligatoriamente se necesitó una mejor presentación del producto para ayudar a la puesta en valor.

Pero en un rincón palermitano (El preferido) asomó el primer pingüino rescatado. Esta tradición argentina celebra la pasión por el vino y la creatividad y también honra las raíces, representando la tradición, la inmigración y la cotidianeidad sencilla de antaño. Ahora de múltiples colores, hasta platinados, de distintos tamaños, sirven para llevar a la mesa el vino de la casa, pero también el vino por copa. 

La existencia de nuevos tamaños, se consiguen de un cuarto, medio, tres cuartos y un litro, colaboró con la reinserción del pingüino en las mesas más foodies de la ciudad. Morena Ergueta, sommelier de Cafe San Juan, asegura que eligen servir el vino en pingüino porque nos gusta hacer las cosas reflejando nuestra historia y la de los bodegones porteños. El pingüino es parte de esa tradición y de la costumbre de compartir vino sin pretensiones. Además, no solo es un símbolo, sino también práctico: ayuda a mantener el vino a temperatura por más tiempo que si estuviera servido en una copa, y es cómodo para servir en la mesa. Y por otro lado, ¡es hermoso!”

La practicidad también es el valor distintivo para Ezequiel Moskovich de Palermo Wine Club. Lo usamos porque la estrella de la casa es el vino tirado y el pingüino tiene una medida ideal para rellenar con cualquier varietal que tengamos on tap. Además es de un material lavable, por eso podemos poner tanto blancos como tintos o rosados sin problema.”

Moda, costumbre, practicidad o simpleza, sea cual sea el motivo, hay jarra pingüino en la mesa.

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