Visitas del fin del mundo

¿Cómo recibir a tus amigos después de doce horas de vuelo y guiarlos lo mejor posible en sus primeros pasos en Buenos Aires? Una semana típica junto a una francesa que reside en Argentina, convertida en experta (o casi) en la materia.


No es un secreto, es casi una misión. Cuando uno vive en el extranjero, hay que estar preparado para recibir la visita de sus amigos. Argentina no es el país de los clic-clac (sofás-cama típicos de Francia), sería tan práctico tener uno en el living para esos amigos valientes que queman sus ahorros en un viaje al fin del mundo.

Los preparativos. No hay que engañarse, estos amigos no vienen únicamente o exclusivamente para encontrar la compañía de un(a) amigo(a) querido(a) que se fue demasiado lejos, quieren vivir su propia experiencia en este país. Primero hay que explicarles que Argentina es realmente un gran país. En todos los sentidos, pero sobre todo en términos de distancias. Sí, Bariloche está lejos. Ushuaia, aún más. Jujuy es hermoso, pero hay que tomar o bien un avión y un autobús, o bien un autobús toda la noche y luego otro autobús para subir hasta las montañas. Así que si la visita solo dura dos semanas (mucho para ellos, muy poco para Argentina), habrá que tomar decisiones.

¿Típico o cliché?

¿Y por qué no quedarse dos semanas en Buenos Aires? Después de todo, hay tantas cosas que ver en la ciudad. En general, los amigos necesitan moverse; buscan la naturaleza. Porque también es la idea que uno se hace cuando viene de lejos, un cambio de paisaje, no encontrarse con el mismo cemento.

Es difícil verlos irse tan rápido hacia otro destino y más aún cuando los amigos deciden ir hacia el otro extremo del mapa, que ni yo conozco. Entonces les doy mi opinión. Vayan tres días en avión a las Cataratas de Misiones, yo aún no fui nunca porque tengo vértigo y hay pasarelas en altura, pero conozco la tierra de Posadas, es roja, como la tierra africana de Kinshasa y como Marte.

O si no, más cerca… ¡Uruguay! Cambiás de paisaje con cruzar el Río de la Plata. En realidad es un estuario, no es un río a pesar de su nombre. Del otro lado está Colonia, es realmente muy típico. La palabra «típico» es una enfermedad. Hay que usarla con prudencia. Este pequeño café, esta calle con adoquines es típica de Buenos Aires, el mate, la picada, esa cumbia, las baldosas flojas. Hay que saber diferenciar entre lo típico y el cliché, es así como se reconoce el trabajo de una buena guía. También existe el riesgo (fruto del proceso de argentinización) de venderles las supuestas invenciones argentinas: desde la birome del Sr. Biro hasta las reuniones semanales entre amigos… La amistad también existe en Francia.

Primer día de la semana en Buenos Aires. Para tener un reencuentro exitoso, primero hay que organizar la llegada de los amigos: ir a buscarlos al aeropuerto de Ezeiza o explicarles cómo llegar solos. Es la decisión más difícil… ¿Hasta dónde ir por amistad? ¿Hay que pagar dos veces el trayecto CABA – EZE, o pasar dos horas y media en el autobús número 8 para ahorrar la ida? Cuando las visitas llegan a casa, cuando están ahí, cansadas pero aún de pie, es una victoria.

Segundo día. No arruinar la fiesta. Sí, por supuesto, ¡iremos a todas partes! A la Bombonera, a Bellas Artes, al mercado de San Telmo y a Palermo soho hollywood y bares, comeremos carne en verdaderas parrillas y empanadas, sí, La Boca sigue ahí con sus casas coloridas.

Buenos Aires es grande, yo misma no lo conozco todo, nunca fui a la feria de Mataderos el domingo, las milongas comienzan muy tarde, no voy mucho pero fui al principio. Prefiero las orquestas de tango a las demostraciones de baile, pero yo también caí en el encanto de esta ciudad, de esas parejas de bailarines que se forman y se deshacen sin lágrimas pero con gestos decididos como la voluntad de partir.

Tercer día. No me atrevo a decir que tengo miedo de perderlos en la ciudad, necesito cuidarlos, saber dónde van mientras estoy en el trabajo. Hay que apresurarse un poco para salir a tiempo de la oficina, no siempre tenemos la suerte de sincronizar nuestras vacaciones con la visita de los amigos, pero están acá y eso no tiene precio. Entonces, a falta de seguirlos a todas partes, les digo que me esperen en tal o cual lugar, para tomar un café en el Galgos o una picada en el Federal.

Cuarto día. El Tortoni, pueden ir sin mí. Después recapacito. El riesgo de perderlos, ya lo tomé al subir al avión para venir sola a Buenos Aires, hace varios años. Una amiga me había acompañado a Orly. Ni ella ni yo sabíamos que íbamos a cambiar de país o como sea que se llame eso, volar lejos durante varios años.

Invasión de ese mundo de antes

Quinto día. Nos relajamos. Las visitas también son hacer acá lo que hacíamos allá. Por eso llevé a una amiga con quien visité todos los teatros parisinos a ver una obra que me parecía genial, «Adonde Van Los Muertos (lado B)» del grupo de danza Krapp. Mi amiga no entendió la obra en español, pero ambas sabíamos que esta visita también era un duelo de nuestras citas mensuales en el restaurante cuando nos preguntábamos qué hacer con nuestras vidas, cuándo dejar de esperar, cómo encontrar un trabajo que nos gustara.

Y luego las visitas son también los amigos que llegan cuando acabas de mudarte y no tienes nada, y que te compran un colador de plástico que guardarás como un lingote de oro. No logré recibirlos con un sillón decente, pero supe darles consejos útiles: mirar bien antes de cruzar y al bajar del colectivo.

Penúltimo día. El estrés de estas visitas no debe hacer olvidar la magia, esa conjugación perfecta del tiempo pasado y del presente en un nuevo mundo, un paréntesis de vida corta como la de los ramos de flores. Parece natural, pero es absolutamente fantástico recibir la visita de los amigos, poder mostrarles el departamento, las tazas de café, las tarjetas postales estúpidas que ponemos en la pared para que se vuelvan universales y para no olvidar. ¿Quiénes éramos antes de venir? ¿Cómo llegamos a ser este ser mutante que ya no se reconoce en las novedades de Télérama? Me encanta la invasión de ese mundo de antes en el living, esa melancolía que me asalta y me despierta. Solo tengo un objetivo, que las visitas también se enamoren de Argentina (para volver).


5 señales que demuestran que ya no sos el turista que eras antes

  1. Tenés cuidado cuando cruzás la senda peatonal, incluso cuando el semáforo está en verde.
  2. Ya no decís «hola» al subir al colectivo, ni al entrar en la panadería. Te conformas con un «¿qué tal?»
  3. La tarjeta Sube era imposible de encontrar. De un día para otro, cualquier quiosco la vende por 2 pesos. Esto no te sorprende en absoluto.
  4. Ya no te sorprende la fluctuación de los precios. Una pinta de cerveza costaba 1,5 dólares. Hoy vale 7. ¿Ah sí? Son tus visitantes (reincidentes) quienes te lo hacen notar.
  5. En la verdulería, preguntas los precios de cada producto, para que no te engañen.

Redacción La Revue

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