El Gvesso y el infinito

Al principio, hubo una pizza y luego discusiones acaloradas sobre la obra laberíntica de Jorge Luis Borges y un número importante de Dry Martini. En el telón de fondo de esta historia de amistad: una Buenos Aires que ya no existe, la del Hotel Plaza y de algunos personajes que hicieron del arte de ser inútil su divisa. Homenaje al mejor de nosotros.


 

Cada vez que escucho la expresión «el oficio de vivir», pienso «hay trabajos imposibles». Te arrojan al mundo, sin una palabra de explicación ni manual de instrucciones, y te encontrás zarandeado como un cascajo de nuez en un océano no tan Pacífico. A veces, dos náufragos se encuentran en la misma isla y te das cuenta que el Otro tiene el poder de salvarte. Una noche de enero de 2015, bajé a buscar una pizza y encontré un Amigo. Al principio, no entendía muy bien lo que murmuraba. Soy duro de oído y hablaba bajo, tragándose las sílabas.

A pesar de todo, hablábamos sin apegarnos a las palabras que salían de nuestras bocas, que se iban volviendo pastosas por el vino. De repente, este hombre, que llevaba varias botellas de ventaja sobre el resto de la humanidad, comenzó a expresarse en varios idiomas al mismo tiempo. Al igual que las dificultades experimentadas por Funes el Memorioso, el personaje de un cuento de Borges, que recuerda todo y por lo tanto nada, este fuego artificial idiomático no facilitaba en absoluto la comprensión. Eso no me impidió entender que tenía en muy baja estima el chamamé y el tango – las dos especialidades de la casa, junto con la pizza.

El mundo viene a él

Hay momentos en la vida en los que te das cuenta de que estás tomando el camino equivocado. Sondeaste el fondo de tu alma y una pequeña voz te susurró que estabas traicionando tu destino o al niño que fuiste, lo cual viene a ser lo mismo. Las angustias nocturnas y los intestinos bloqueados son otras señales inequívocas. Acababa de llegar a Buenos Aires e intentaba liberarme de un pesado sentimiento de pobreza existencial. Casi diez años después, creo que mi amigo me ayudó a remontar. ¿Y él? ¿Qué fuerza lo empujó a dejar su Corrientes natal – amplios prados, mentes estrechas-, luego Buenos Aires, para recorrer las ciudades europeas y volver al punto de partida sin un centavo, la cabeza llena de recuerdos y un amigo en cada puerto? En el siglo XVIII, los viajeros iban a cultivarse recorriendo el gran libro del mundo. Tal vez este solo fue a ver si estaba en otra parte. ¿Logró escaparse de sí mismo mudándose? ¿Se preparará para una última campaña? «Demasiado tarde», responde encogiéndose de hombros.

Ahora, es el mundo el que viene a él. Ningún viajero llega a Buenos Aires de paso. Cuando el barco echa el ancla o el avión toca pista, es el final, todos bajan. La ciudad está poblada de un montón de gente curiosa buscando una segunda oportunidad o una vida diferente. Franceses, italianos, holandeses, ingleses, venezolanos… Mi amigo los acepta a todos, incluso a los tacaños y a los estafadores, aunque distingue a ciertos elegidos con el título honorífico de «Señor». Aquellos, y ahí hablaré en su nombre, le otorgan una moral aristocrática que se articula en torno a dos pilares. El primero: hacer frente, sea cual sea la situación. El segundo: saber vivir, es decir, saber dar a cada uno lo que le corresponde, e incluso un poco más, con toda la buena gracia posible.

Montherlant escribía que los jóvenes no necesitan maestros para pensar sino maestros de conducta, para saber cómo portarse en sociedad. Me importa poco lo que piense mi amigo. Mientras las masas subían los bulevares, hipnotizadas por las luces malignas de tiendas y pantallas, él me guió a través de los caminos oscuros. Juntos exploramos los intersticios de la gran ciudad. En la megalópolis, nadie te conoce ni te reconoce. Solo algunos escapan al anonimato. Personajes. No sé de quién ni de qué, pero mi amigo es uno de ellos. Mis testigos estarían en el bar del Hotel Plaza en Retiro, hoy desaparecido, donde los mozos lo trataban como un amigo de la familia y le servían su bebida preferida, a base de gin o martini, a veces ambos, sin que necesitara levantar un dedo. Es un ejemplo entre otros. La lista de sus guaridas es tan larga como la avenida Corrientes.

Un producto del mundo de ayer

Un recuerdo me viene a la memoria. Los días de lluvia, se ponía su traje negro – «de Milano, Señor» – y recorría la ciudad, con un concierto de Paganini en los auriculares. Una de cada dos veces, un bandido intentaba robarle el móvil. Se lo entregaba tratándolo de usted, con una mirada cargada de desprecio, lo que no dejaba de desconcertar a su agresor. ¿Es siquiera consciente de que cada uno de sus actos convierte su vida en una obra de arte, es decir, algo único e irreplicable?

Hay que decir que mi amigo ejerce de artista. Lo he visto ensamblar cientos de pequeños círculos para un misterioso comitente o pintar un paisaje de los Esteros del Iberá en la pared de una pizzería. No es lo que se dice un «individuo útil». No se sabe muy bien qué hacer con sus obras. Así que las colocan en salones o galerías. Luego las miran preguntándose si deben gritar «¡loco!» o «¡genio!». No vende productos, consume poco, desprecia la publicidad, no pertenece a ninguna escuela y no tiene ningún mensaje para la posteridad. El resultado de su juicio de inutilidad no ofrece dudas. Sí, pero a veces lo que no sirve para nada resulta ser lo más útil. Hay que ver sus obras, pero sobre todo verlo en acción para comprenderlo. Algunos dicen que tiene sangre de cosaco. Un día le dije que el alcohol sostiene a quienes sufren de existir. «Es cierto que a veces le doy al gin. Es tan rico», admitió riéndose en mi cara.

Se podría creer que mi amigo es un producto del mundo de ayer, una especie de fósil antimoderno que tomaría placer en vestir el traje del aguafiestas. Creo, por el contrario, que el contemporáneo es aquel que no se deja cegar por la luz del tiempo presente, aquel que sabe ver toda su oscuridad. Algunas noches, levanta su puño hacia el cielo y, frente a la Eternidad o la Nada, exige que el Gran Arquitecto revise su copia. Lo que no le impide sentir, como Borges, sin duda su compañero de ruta preferido, que la belleza y la felicidad no son tan raras.

La vida, aunque sea un angustioso laberinto -entrás en una habitación, dos puertas, abrís una, llegás a una nueva habitación, dos puertas más, y así continúa hasta que la Parca nos libere-, no pasa un día sin que estemos, un instante, en el paraíso. En el paraíso, es decir, en buena compañía, entrañas y papitas en el plato, una copa de vino bien llena, hablar hasta cambiar el mundo, entre el Gvesso y el infinito.

Top Chef 

No contento con rondar las noches porteñas, el Señor Gvesso también ejerce sus talentos tras los fogones. El concepto: cenas privadas, a pedido, en su casa, con una banda que toca música clásica de fondo. En el menú: una cocina italo-argentina basada en productos de temporada e ingredientes de calidad. ¿Este preludio te abrió el apetito? Contactá al chef por acá: +5491125470500

12,786FansMe gusta
12,432SeguidoresSeguir
1,505SeguidoresSeguir

¿QUÉ HACEMOS ESTE FINDE?

Recibí los mejores planes para el finde directo en tu mail!