En el Gran Sur, la gran apuesta de los viticultores buscadores de agua

Travesías épicas a caballo, encuentros improbables, perforaciones al pie de la barda… En la Patagonia, la viticultura a veces toma aires de western pacífico. Encuentro con Felipe Menéndez, al frente de la bodega Ribera del Cuarzo (Río Negro).

Encontrar agua en el desierto. Un hombre y su hijo montan sus caballos y se lanzan en dirección a Piedra del Águila, a 350 km al oeste de su punto de partida. Durante su travesía, deberán bordear la barda, esa formación geológica que marca el lugar donde las estepas patagónicas se quiebran, para permitir el nacimiento del valle del río, el Río Negro.

Al cabo de unos diez días, una tormenta les corta el paso. Un hombre solitario les abre la puerta de su modesta vivienda, prepara cordero para la cena y les cede su cama para pasar la noche. Su nombre es Catriel, como el cacique de la dinastía de los indios araucanos. Informado sobre la misión de sus huéspedes, Catriel les describe varios puntos del terreno donde podría pasar el agua subterránea, al pie de la barda. La expedición termina allí. De vuelta en la bodega, se inician los trabajos de perforación, que finalmente permitirán encontrar agua y cavar cuatro pozos, capaces de irrigar cientos de hectáreas.

«El vino es un terruño, pero sobre todo son personas», proclama con filosofía Felipe Menéndez, que nunca se quita su sombrero y su atuendo de gaucho chic. Han pasado tres años desde ese encuentro con Catriel, que data de 2021. Pero para Felipe y su hijo Santiago (16 años en ese momento), la emoción de este episodio, que parece sacado de la película There Will Be Blood, sigue intacta. Hay que decir que, sin ese hallazgo, la bodega Ribera del Cuarzo, en Valle Azul (Río Negro), tal vez no habría sobrevivido a su entorno.

Bautizada así en homenaje al cuarzo, el mineral que brilla en todos los puntos de la barda, la explotación fue retomada hace nueve años por Felipe. Antes de la instalación de los pozos, el viñedo dependía de un sistema de riego tan complejo como costoso, que hacía subir el agua del río Negro, a lo largo de cinco kilómetros, a través de un acueducto y gracias a bombas de agua. La iniciativa de esta ingeniosa instalación fue de la condesa italiana Noemí Marone Cinzano, heredera de la familia creadora del célebre aperitivo italiano, que plantó las primeras cinco hectáreas en 2001. La composición de los suelos, hechos de cenizas, potasio volcánico y un alto nivel de carbonato de calcio, ha conquistado numerosos paladares expertos. Las dos líneas de productos, Araucana y Ribera del Cuarzo, despliegan el fruto de 27 hectáreas de malbec, pinot noir y petit verdot. Hoy en día, la bodega exporta su néctar premium a una docena de países, incluida Francia.

Esta victoria sobre las condiciones hostiles de la Patagonia compone un nuevo capítulo decisivo del gran poema épico de los Menéndez. Con apenas 40 años, Felipe Menéndez, formado en viticultura por Nicolás Catena Zapata (convertido en su socio), parece haber vivido varias vidas, tanto lo inspiran a diario las de sus predecesores. En su familia, la herencia vitivinícola viene de su tatarabuelo, el chileno Melchor Concha y Toro (1833 – 1892), fundador de la célebre bodega del mismo nombre. Otro antepasado, José Menéndez (1846 – 1918), plantó por su parte la semilla de la aventura en la familia. Este migrante asturiano, analfabeto y sin un peso, construyó en Tierra del Fuego un imperio de la exportación de lana y el transporte marítimo.

Viñedos más australes del mundo

Después de haber encontrado agua en el desierto de Río Negro, Felipe y sus equipos plantarán, en noviembre de 2024, 4000 pies de pinot noir y riesling en Puerto Almanza, en Tierra del Fuego. Un proyecto ambicioso que busca establecer el viñedo más austral del mundo, 2030 kilómetros al sur de Valle Azul. Los dos proyectos vitivinícolas son inversiones a largo plazo. Como subraya Felipe, confiado en el futuro de la uva argentina, «cincuenta años para una familia es mucho, pero para un país no es nada».

Lo suficiente como para cerrar un debate que hasta ahora oponía a productores de Argentina y Chile. La bodega argentina Otronia, conocida por su excelente Pinot Noir 45° Rugientes, había hecho de su latitud un argumento de marketing. Lo mismo del lado chileno, con las explotaciones de Chile Chico, en el valle de Coyhaique. Ubicadas a caballo entre los paralelos 45 y 46, estas dos regiones están bien lejos del paralelo 54, en el que se encuentra Puerto Almanza. «La búsqueda de latitudes extremas responde a la necesidad de frescura», resume Menéndez. «Los estudios muestran que para 2050, Mendoza ya no tendrá agua. Frente al cambio climático, debemos actuar de manera anticipada, porque los ritmos de la naturaleza son lentos».

Para ello, primero habrá que sobrevivir a condiciones climáticas extremas, empezando por temperaturas invernales que pueden llegar a -12°C. El viñedo, situado en una hondonada a menos de 50 metros sobre el nivel del mar, espera extenderse a 10 hectáreas en los próximos años, aunque su futuro depende ante todo de su capacidad para resistir el entorno hostil de esta región remota. De Río Negro a Tierra del Fuego, donde el Gran Sur toma aires de Far West, la viticultura es obra de pioneros visionarios. Viticultores ambiciosos y pacientes, conscientes de que el agua y las bajas temperaturas son el oro del mañana.

Fabien Palem
Cofundador y director editorial de La Revue. Editor de Buenos Aires Connect. Periodista independiente, corresponsal en Buenos Aires del diario Le Figaro. Amante de literatura argentina, de pinot noir patagónico y de los bares con sifón. fabien@buenosairesconnect.com
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