Desafiar a la muerte para mostrar nuestra capacidad de adaptación. Aventurero de lo extremo, Christian Clot hizo de la Patagonia uno de sus terrenos de estudio predilectos. Desde principios de los años 2000, el explorador franco-suizo ha realizado numerosas expediciones allí, tanto del lado argentino como del chileno. Una de las más emblemáticas es la que se inscribió en el marco de su programa Adaptación x 4, una odisea planetaria que lo llevó a los climas más hostiles del mundo, y de la cual sacó uno de sus libros: En el corazón de los extremos. Desafiar los cuatro entornos más hostiles del planeta para poner a prueba las capacidades humanas de adaptación (ed. Robert Laffont, 2018). Cordillera Darwin, Cabo de Hornos, canales marinos, Ushuaia… La mayoría de las veces solo, equipado con una go pro y un puñado de sensores, que alimentarán los estudios científicos de los cuales es testigo. A 20 grados bajo cero o frente a vientos de 200 km/h, se aferra a su kayak y a la vida, que a veces (de)pende de un hilo. O mejor dicho: de la aparición de un arcoíris o de un petrel, que le da la valentía necesaria para seguir. De paso por Marsella, donde reside cuando no está de expedición, Christian Clot nos concedió una entrevista por video. Una oportunidad para compartir sus reflexiones sobre este rincón del mundo que nos es tan querido, el imaginario colectivo que rodea el mismo y sobre todo: la realidad del terreno. Territorio inasible, de clima hiper-inestable y casi siempre adverso, la Patagonia pone a dura prueba nuestra capacidad de adaptación.
La Revue: Realizaste numerosas expediciones en la Patagonia desde 2004. ¿Qué caracteriza a esta región y la hace tan única para vos?
Christian Clot: Es la velocidad del cambio y la potencia de los vientos lo que hace de la Patagonia una región de condiciones extremas. Lo más curioso es que uno la pasa mal durante días, semanas, incluso meses cuando está allí. Pero cada vez, justo cuando uno piensa que simplemente no es posible continuar… ¡Todo se ilumina! Ves esos rayos de sol espléndidos y todo parece fabuloso.
LR: ¿Un arcoíris basta para darte la motivación necesaria para enfrentar estas condiciones extremas?
CC: Es cierto que están los arcoíris. Pero no es solo eso. Cuando estaba de expedición con Mélusine Mallander (exploradora francesa, N. del R.), tuvimos una experiencia bastante violenta, con un kayak que se rompió durante una tormenta. Volvíamos como podíamos hacia Puerto Natales y en ese momento, una decena de lobos marinos vinieron a jugar alrededor nuestro durante media hora. Se pusieron a hacer saltos y a golpear con el hocico el kayak. No soy específicamente creyente. Pero siendo un mínimo animista, uno se dice que hay un verdadero diálogo que se establece entre este territorio y su visitante. Cada vez que uno se siente mal, la Patagonia ofrece algo que da ganas de seguir allí.
LR: Frente a una naturaleza tan imponente, uno no puede sino sentirse muy chiquito…
CC: Sí, está claro. La Patagonia, para mí, es el encuentro de gigantes que vienen a discutir temas muy importantes… Y nosotros nos encontramos atrapados en medio de todo eso. Hay tres placas tectónicas y dos océanos que se encuentran allí. Todo esto da las condiciones de un clima marcado por cambios repentinos, que solo se pueden entender si se han vivido. El ruido del viento, las olas de mar en la cara. Esa sensación única en el mundo de montañas, mar y desiertos, todo imbricado. No existe en ningún otro lugar del mundo.
LR: ¿Qué le suma la Patagonia a tus estudios científicos sobre la adaptación humana?
CC: Es el mejor lugar del mundo para estudiar la noción de aceptación, que constituye un aspecto crucial de las competencias adaptativas del ser humano. Todo cambia tan rápido que uno se ve constantemente obligado a cuestionar lo que había previsto cinco minutos antes. Pasa de un sol tremendo a una lluvia torrencial… Hay dos opciones: o bien uno logra adaptarse y construye algo en este territorio, que no funciona para nada como los demás, o bien no lo logra y está en sufrimiento permanente.
LR: ¿Cuáles son las principales enseñanzas de tus investigaciones sobre la adaptación humana?
CC: Pudimos estudiar la mecánica adaptativa en diferentes aspectos: la aceptación, el asombro, la cooperación. Realmente pudimos dibujar la mecánica adaptativa de una persona sometida a una limitación, con momentos de deseo, de proyección, otros momentos de fatiga, durante los cuales el cerebro ya no puede funcionar, momentos de reconstrucción. Es un esquema que se aplica a todas las situaciones.
LR: ¿Qué entendés por asombro?
CC: El asombro es uno de los motores que permite salir de una situación de dificultad. Es realmente la capacidad de asombrarse, de encontrar algo que nos hace bien, que nos da ganas finalmente de proyectar un futuro posible. La Patagonia, con sus paisajes, su fauna, sus fenómenos naturales, ofrece mil razones para asombrarse. Es lo que permite proyectar un futuro y por lo tanto adaptarse, en lugar de replegarse sobre uno mismo.
LR: ¿Cómo aplicás estas enseñanzas a la problemática del cambio climático?
CC: Demostramos que el miedo no hace cambiar a la gente. Hay que crear una narrativa orientada hacia lo posible y no hacia lo imposible. Hay que dejar de explicarle a la gente que quedan mil días para cambiarlo todo, si no todo está perdido. Eso crea el sentimiento de que no se puede actuar por el clima. Al decir esto, no apunto al GIEC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), que hace un trabajo extraordinario y a quien debemos mucho respecto del esfuerzo colectivo de despertar conciencias.
LR: ¿Cómo experimentar el cambio climático sin entregarse a aventuras tan extremas como las tuyas?
CC: Acabamos de crear una exposición climática. La idea es hacer vivir a la gente una experiencia sensorial, más que simplemente informarles. Construimos una cámara climática que hace vivir a los visitantes el calor del 2050. Cuando salen de eso, se dicen que no podrán vivir eso durante un día entero. Para evitarlo, hay que actuar. No es inevitable. Nuestra capacidad de asombrarnos nos permite adaptarnos y enfrentar los cambios. La necesitamos para imaginar soluciones.
LR: Volvamos a la Patagonia y sus exploradores. ¿Qué sacaste de sus relatos?
CC: Tengo la sensación de que cada uno de estos personajes tenía una pequeña parte de locura en él. Una vez llegados a la Patagonia, todos siguieron ideas completamente locas. Incluso los espíritus más serios se dejaron llevar. Creo que la Patagonia tiene ese efecto: cuando uno llega allí, se encuentra inmerso en una especie de imaginario desbordante. Siempre dije que allí se encontraban los orígenes del mundo, que allí había encontrado la creación de nuestro planeta. ¡Una locura, por supuesto! Pero es lo que uno siente cuando está allí. Uno tiene la impresión de estar en otro mundo. Creo que es uno de los pocos lugares donde aún se puede experimentar la pura sensación de la exploración, tal como la conocieron nuestros antepasados. Es bastante increíble encontrar así la historia de los pueblos que ocuparon estos territorios.
LR: De hecho, vos te interesaste en los pueblos indígenas de la Patagonia. ¿Qué te inspiraron?
CC: Estudié el vocabulario de los Yámanas y los Kaweskar. Es muy instructivo ver la cantidad de palabras que tenían para describir ciertos fenómenos meteorológicos, como la nieve, la lluvia… Me fascinó. Todo lo que intento entender sobre estos pequeños matices, en cada manera de nevar, de llover o de hacer sol, ellos ya lo habían entendido todo.